
Hacia un planeta más humano
Si existe una propiedad exclusiva de los humanos en el mundo animal es,
sin duda, la utilización sistemática de la técnica para sobrevivir. El
maravilloso planeta que habitamos, y del cual hemos emergido, no se
hubiera humanizado como lo ha hecho sin esta característica tan especial
que los homínidos humanos hemos desarrollado en el proceso de evolución
biológica y cultural. A lo largo de la historia, la producción
extrasomática de objetos nos ha permitido construir el medio artificial
que nos es propio. Es posible que, si nuestro cuerpo es obra de la
evolución biológica, nuestra alma aristotélica sea en realidad obra de la
actividad técnica. En este sentido, la poesía de Baudelaire nos hace
sutiles, pero las teorías de Newton nos han hecho objetivamente humanos.
Aquí y ahora, a escala anatómica, los humanos mantenemos nuestra
morfología típica del género Homo; sin embargo, nuestro entorno está
siendo sustituido por una serie de artefactos constructivos que nos
permiten desafiar los ecosistemas en los que hemos crecido y progresado.
Estamos construyendo un mundo a nuestra medida y lo debemos hacer
conscientes de que somos homínidos humanos en la medida que la selección
natural -tal y como decía Darwin, el más grande de los naturalistas del
siglo XIX- y la selección técnica han actuado sobre nosotros y no nosotros
sobre ellas.
Con respecto al proceso de toma de conciencia acerca de lo que somos, sí
sabemos que "antes de la gallina existió el huevo". El análisis científico
de nuestro desarrollo nos ilustra críticamente sobre quiénes somos; no
deberíamos olvidar que no hemos sido nosotros los creadores de la
naturaleza, sino que ha sido la naturaleza quien nos ha creado. Estamos
condenados a ser singularidad del espacio- tiempo y, como tal
singularidad, deberemos conformarnos con llegar a comprender qué hacemos y
por qué, pero será difícil ir más lejos y descubrir nuestra
consustancialidad. Este pensamiento nos debe hacer más humildes, menos
orgullosos y prepotentes, pero no menos audaces ni inteligentes.
En los inicios del proceso de humanización inventamos las herramientas de
piedra; de ello hace más de 2,5 millones de años, cuando nuestro espacio
vital se circunscribía a África. Hace 1,5 millones de años llevamos a cabo
una gran revolución técnica al inventar las hachas de mano, instrumentos
versátiles y capaces de desplegar mucha energía con eficacia, y
posiblemente las armas arrojadizas, que nos permitieron matar a distancia.
Hace 600.000 años dominamos el fuego; cuando este hecho ocurrió existía un
lenguaje que nos permitía comunicarnos de forma privilegiada y, a la vez,
habíamos conquistado ya el continente eurasiático.
Hacia los 300.000 años algunos homínidos ya enterraban a sus muertos, como
lo prueban los hallazgos de la sierra de Atapuerca, y por la misma época
algunos humanos eran auténticos artistas, como lo demuestra la Venus de
Berekhat Ram, descubierta en Palestina. Todo ello ocurrió antes de que
nuestra especie, el Homo sapiens, existiera.
El Homo sapiens, o anatómicamente moderno, era aún un proyecto que
aparecería unos 200.000 años después. Salió de África y llegó al Próximo
Oriente hacia los 80.000 años, después progresó espectacularmente. Hace
25.000 años, nuestra especie, compuesta por los humanos anatómicamente
modernos, había conquistado el planeta, pero aún eran cazadores
recolectores. La agricultura y el pastoreo llegarían hacia los 10.000
años. Sin embargo, nuestra ocupación de la Tierra ya era una advertencia
de nuestro potencial adaptativo.
Nos hemos referido a adquisiciones concretas de los humanos para ilustrar
la rapidez evolutiva de nuestro grupo zoológico, a la vez que desplegamos
una estrategia basada en la técnica.
Hace unos 100.000 años, nuestra especie probablemente se componía de unos
miles de individuos, ahora sobrepasamos la cantidad de 6.000 millones de
humanos repartidos por todo el planeta, pero, a diferencia del pasado, no
estamos repartidos por la Tierra, sino que cada vez estamos más
concentrados en grandes metrópolis. Cada vez un número mayor de seres
humanos se está replegando en el entorno artificial; nos metemos
literalmente en la burbuja que hemos construido. Lo que no es artificial
lo consideramos distante y sólo lo utilizamos de forma marginal;
incomprensiblemente, volvemos a los espacios naturales para descansar,
pero vivimos fuera de ellos. Necesitamos volver al lugar de donde somos
originarios, pero vivimos conectados a todo lo que es artificial.
El planeta no sólo se ha poblado de humanos, sino que éstos están
conectados de forma permanente. En el pasado sólo había bandas, tribus,
etnias y, más tarde, naciones o estados. Todas ellas son estructuras para
poder autorreconocernos. Estructuras políticas, jerárquicas, para
organizar la energía y la lucha intraespecífica. En la actualidad, las
organizaciones económicas son transnacionales y la uniformización avanza
de forma objetiva. Se puede viajar de forma real o virtual. La aldea
global se ha convertido en una realidad.
Ya no nos planteamos los mismos problemas a los que se enfrentaban
nuestros antepasados de la sabana; los proyectos para mejorar la eficacia
de las hachas de mano han dado paso, 1,5 millones de años después, a otros
grandes proyectos. Por primera vez nos hemos planteado conocer nuestra
arquitectura vital y el proyecto del genoma humano nos ha de permitir
autoconocernos en el ámbito biológico. En un futuro no muy lejano podremos
construir nuevas especies, podremos eliminar enfermedades, ser más cultos,
estar más informados. El mundo quimérico e imaginario de Huxley puede
dejar de serlo. Es posible que también podamos vivir en otros planetas. De
los microcosmos a los macrocosmos como expresión de nuestra singularidad
Objetivamente, lo que está pasando -nos referimos al desarrollo técnico y
las crisis de nuestra sociedad- tiene una lógica ecológica y técnica. A
una sola especie como la del Homo sapiens le corresponde una sola cultura
y una sola lengua, la lengua y la cultura de los humanos. Sin embargo,
este proceso de homogeneización no se produce en lo fundamental, que es el
reparto de la riqueza. Ahora, ya en el año 2000, por primera vez en la
historia de la evolución humana, se ha conseguido producir lo suficiente
para que toda la humanidad pueda vivir, sin embargo, las enfermedades -que
se pueden curar- y el hambre -que se puede paliar- diezman aún las
poblaciones de muchas regiones del globo, donde la esperanza de vida es
cada vez más baja.
La técnica nos ha permitido producir cantidades prodigiosas de energía,
así como la capacidad para almacenarlas. Ya no existe ninguna excusa para
no generar un futuro humano mejor. La técnica es la base de nuestra
humanidad y debemos comprender críticamente que su socialización es
necesaria para que alcance, de forma dialéctica, a todos los que la
necesitan. Las fronteras están desapareciendo, el transporte de ideas y de
información es fácil, la inteligencia humana ha generado una enorme red
que permite conocer lo que ocurre en el planeta minuto a minuto, segundo a
segundo.
Si, tal como hemos dicho, es un hecho objetivo que la técnica ha permitido
generar esta situación de bienestar, ¿por qué razón esta situación no
beneficia a todos los habitantes del planeta? El pensamiento elitista aún
invade los centros de poder y éstos se hallan manipulados y mediatizados
por los intereses económicos. No se han formulado nuevos conceptos
racionalistas de tipo técnico, que podamos usar a modo de ejes para
comprender nuestro desarrollo tecno-social -por lo tanto, humano- y que
permitan que nos resituemos estratégicamente en nuestro entorno natural y
social. Vivimos de ideas y de filosofías agotadas y absurdas, heredadas de
una cultura en la que la técnica no representaba lo que ahora representa.
Cada día que pasa somos más humanos porque el progreso técnico nos
humaniza de forma objetiva. Sin embargo, los intereses mezquinos que ya
hemos mencionado luchan para desposeernos de esta humanidad. En nuestra
opinión, este intento de controlar de la humanidad es absurdo y debemos
facilitar el camino hacia el hombre tecnológico como verdadera realización
total, olvidándonos de viejos romanticismos lastrados de ensoñaciones
metafísicas. La humanidad técnica puede y debe ser la más sutil de las
humanidades. Sólo de esta forma ganaremos nuestro propio combate por ser
nosotros, humanos y humanistas, gracias a nuestro comportamiento técnico
ancestral. Ya tenemos más de dos millones y medio de años de historia; ya
sería hora de que sentáramos la cabeza,
Eudald Carbonell Roura es catedrático de Prehistoria en la Universitat
Rovira i Virgili, codirector de las excavaciones de la sierra de
Atapuerca.